CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD |
A Rafael Vega Albela,
que aquí padeció I DEVORA el sol final restos ya inciertos; el cielo roto, hendido, es una fosa; la luz se atarda en la pared ruinosa; polvo y salitre soplan sus desiertos. Se yerguen más los fresnos, más despiertos, y anochecen la plaza silenciosa, tan a ciegas palpada y tan esposa como herida de bordes siempre abiertos. Calles en que la nada desemboca, calles sin fin andadas, desvarío sin fin del pensamiento desvelado. Todo lo que me nombra o que me evoca yace, ciudad, en ti, signo vacío en tu pecho de piedra sepultado. II Mudo, tal un peñasco silencioso desprendido del cielo, cae, espeso, el cielo desprendido de su peso, hundiéndose en sí mismo, piedra y pozo; arde el anochecer en su destrozo, cruzo entre la ceniza y el bostezo calles en donde, anónimo y obseso, fluye el deseo, río sinuoso; lepra de livideces en la piedra llaga indecisa vuelve cada muro; frente a ataúdes donde en rasos medra la doméstica muerte cotidiana, surgen, petrificadas en lo obscuro, putas: pilares de la noche vana. III A la orilla, de mí ya desprendido, toco la destrucción que en mí se atreve, palpo ceniza y nada, lo que llueve el cielo en su caer obscurecido. Anegado en mi sombra-espejo mido la deserción del soplo que me mueve: huyen, fantasma ejército de nieve, tacto y color, perfume y sed, ruido. El cielo se desangra en el cobalto de un duro mar de espumas minerales; yazgo a mis pies, me miro en el acero de la piedra gastada y del asfalto: pisan opacos muertos maquinales, no mi sombra, mi cuerpo verdadero. IV (CIELO) Frío metal, cuchillo indiferente, páramo solitario y sin lucero, llanura sin fronteras, toda acero, cielo sin llanto, pozo, ciega fuente. Infranqueable, inmóvil, persistente, muro total, sin puertas ni asidero, entre la sed que da tu reverbero y el otro cielo prometido, ausente. Sabe la lengua a vidrio entumecido, a silencio erizado por el viento, a corazón insomne, remordido. Nada te mueve, cielo, ni te habita. Quema el alma raíz y nacimiento y en sí misma se ahonda y precipita. V Las horas, su intangible pesadumbre, su peso que no pesa, su vacío, abigarrado horror, la sed que expío frente al espejo y su glacial vislumbre, mi ser, que multiplica en muchedumbre y luego niega en un reflejo impío, todo, se arrastra, inexorable río, hacia la nada, sola certidumbre. Hacia mí mismo voy; hacia las mudas, solitarias fronteras sin salida: duras aguas, opacas y desnudas, horadan lentamente mi conciencia y van abriendo en mí secreta herida, que mana sólo, estéril, impaciencia. [1938-1946] |
PAZ, OCTAVIO |
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